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En tiempos precapitalistas y preindustriales el crecimiento económico dependía del
aumento de la población, el cual a su vez dependía de la oferta de bienes y servicios
para la subsistencia y la reproducción. Sin embargo, desde la Revolución Industrial,
el crecimiento del producto interno bruto (PIB) ha sido impulsado por el desarrollo
dinámico de las fuerzas productivas, es decir, por una mayor productividad (laboral).
Desde la segunda mitad del siglo XIX, las tasas promedio de crecimiento aumentaron
notablemente. No obstante, este crecimiento ha sido extremadamente desigual a través
del tiempo y el espacio, y ha fracasado en reducir las desigualdades entre personas y
regiones en un mundo globalizante. |